El rostro femenino de Dios

"Cada mujer debe, debería, reproducir en su ser, en su existir el rostro de la GRACIA. El rostro femenino de Dios es la GRACIA.

En la mujer Dios nos muestra su gracia. Cuando digo gracia, digo todo lo que encuentro en la mujer: digo BELLEZA. En la niña más niña ya existe y se expresa el deseo y la conciencia de reflejar la belleza...

....de una belleza que la transciende, la envuelve, que la eleva y eleva a los que conviven con ella; la mujer aspira a una belleza que sobrepasa la estética, que es inmortal, que tiene su origen más allá de ella misma. Por eso la gracia es TRANSPARENCIA. Sobrepasa, depasa, supera lo perceptible por los sentidos, abre infinitos horizontes. La gracia es ABERTURA: libre y espontánea, gozosa, otorgada con alegría. La mujer siente en sí este estar abierta, esta manera de existir que se parece a un fluir, un movimiento misterioso que la hace percibirse como una fuente que tiene su origen en el misterio y que se derrama y se vuelca hacia el misterio. La mujer es movimiento, es DANZA. La gracia es una danza, la mujer lleva en su cuerpo y en su espíritu este movimiento secreto, eterno, que ella experimenta en la realidad de ser DON. La mujer se sabe dada por alguien para alguien. Se sabe llamada por alguien para alguien. Ser don, ser enviada es una manera de ser persona, es ser mujer. Si una niña de doce años se siente llamada por su nombre y esta llamada le despierta con absoluta claridad la conciencia de ser don para alguien es que ha descubierto ya, bajo el velo de su adolescencia, la esencia de ser mujer, de ser portadora de gracia. Si una mujer, en el umbral de serlo, experimenta que es don, es gracia para alguien, se percata también de su VULNERABILIDAD. Ella misma, capaz de sanar, de curar, de salvar, de ternura, de sentir- con y sentir-en, experimenta la profundidad de la herida que la gracia, el AMOR, abre en su ser y la transforma, la aleja de sí misma para llevarla al desierto, para llevarla a la intemperie, a la soledad. La hace sentir lo inerme, absolutamente inerme de su condición y a la vez sabe que éste es su único poder. La vulnerabilidad en su más profundo centro, la intemperie que suele ser el medio ambiente de la mujer en los niveles más profundos de sus sentimientos, de su propia conciencia, la eleva, si es fiel a su papel de ser portadora de gracia, al perdón. Gracia es PERDÓN. Encontrar gracia en la mujer es encontrar perdón, acogida incondicional, sanamiento de la culpa, por abundancia de amor, de ternura, de dulzura, de energía espiritual, que es PUREZA. Esta energía que, siendo pura purifica, lo que toca queda limpio, recobra esplendor, luminosidad, belleza.

Y por último, gracia también es MISTERIO, es ocultamiento. Siempre queda en la experiencia de ser mujer un "algo que queda balbuciendo", un algo que ni ella misma comprende, capta, y menos se lo explica. Es el misterio de origen de la fuente que la mujer lleva dentro y que alimenta la corriente vital en todas las etapas de la vida y en todas las profundidades variantes y variables y que aflora sin cesar, del que tiene clara conciencia y a veces le inspira esta atracción por esconderse, por ocultarse ante las evidencias superficiales y los zarpazos de la sensacionalidad o del abuso y explotación. La mujer es reveladora del misterio de la gracia sin desvelar el misterio, sino manifestándolo como tal; por eso queda en la mujer siempre este sello de misterio y transparencia, ocultamiento y revelación que es su más íntima belleza.

La mujer está llamada a ser el rostro de la gracia, pero con esto no se ha dicho todo de la mujer, ni de la gracia..."

(Cristina Kaufmann, el rostro femenino de Dios, pg. 38-40)

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